El proceso de deforestación se inicia con la conquista.
Los aborígenes se servían de la madera en no muy amplia escala: además de como leña la usaban para la fabricación de armas y cayados, en las prácticas funerarias y muy limitadamente en la construcción.
De tal manera se conservaba el equilibrio entre el consumo humano y la autorreproducción del bosque.
Sin embargo, la conquista rompe ese equilibrio por la confluencia de varias causas.
*.- En primer término representa un incremento demográfico considerable que multiplica de igual manera el consumo de madera como combustible en forma de leña o de carbón vegetal.
*.- Modifica el tipo de vivienda, para cuya construcción se utiliza madera abundantemente, así como para la fabricación de mobiliario y útiles diversos.
*.- También se recurre a la madera para la fabricación de pez obtenido de resinas.
Pero el ataque más considerable a la masa forestal se relaciona con la introducción de la agricultura a gran escala, cuya extensión se hace a costa de romper, arrasándolas, grandes extensiones boscosas.
La proliferación de nuevas especies ganaderas en crecido número (ganado ovino y caballar, camellos, etc.), repercute también sobre el deterioro del manto vegetal isleño.
Finalmente, la primera gran fuente de riqueza que conocen las islas, la caña azucarera, progresa con el consumo de grandes cantidades de madera, para la construcción de los ingenios, para la fabricación de cajas en que se exporta el azucar y, sobre todo, para alimentar los hornos usados en la obtención del producto.
El deterioro del arbolado, su consumición, resultó tan vertiginoso que el problema preocupó desde el primer momento a las autoridades isleñas, que por los medios a su alcance trataron de poner coto a la progresión de los calveros.
Así, el Cabildo de Tenerife, en una de sus primeras reuniones, el 26 de enero de 1498, ordenó que "ninguno sea osado de cortar madera para levar fuera de la ysla syn licencia e mandado del dicho gobernador" (...). Disposiciones similares tuvieron que reiterarse en años sucesivos, lo que hace pensar que el consumo no disminuyó.
La situación llegó a ser tan alarmante en 1507 que en la reunión del Cabildo de 7 de abril de aquel año se tomó una medida radical, disponiendo "que ninguna persona, vecino ni morador, ni estante en esta ysla no corte madera ninguna en las montañas desta ysla, syn licencia e consentymiento e conformidad de la Justicia desta ysla... e asy mismo que ninguna persona de cualquier ley, estado, condición que sea non saque madera ninguna fuera desta ysla" reiterando un mes después que la "saca de madera se cierra para siempre jamás".
(...) la conservación del monte chocaba con los intereses de los propietarios de ingenios, todos ellos influyentes y no pocos regidores. Por tanto, a petición del personero de la isla, el rey hubo de ordenar en 1533 que cuando en el Cabildo de Gran Canaria "se tratare de cortes de leña no esté dentro ningún señor de ingenio".
También en esta isla, muy frondosa en el momento de su conquista, fue rápido el avance de la deforestación, y en previsión de necesidades futuras y para abaratar la leña que "está en tan subidos precios que los pobres reciben muchas fatiga e trabajo por no lo poder comprar", tomó el Concejo sucesivas resoluciones suspendiendo temporalmente el corte de leña en los principales bosques de la isla: en el de Gáldar 8 años, en Tamadaba 15, en Lentiscal 20, mientras que en la montaña de Doramas, arrasada por el ingenio de Gáldar, se le calculaban dos años de vida.
Pese a las multas con que se castigaba su transgresión y a la sanción real de muchas de ellas estas disposiciones no se cumplieron, así como tampoco las que ordenaban que no penetrasen ganados en los montes, penándose el hacerlo con el embargo de las reses y cárcel para el pastor.
Sólo se consiguió evitar la exportación de madera, especialmente a Berbería, que hubo de prohibirse ya en 1501.
Durante el siglo XVIII los desbrozos para ampliar tierras de labor acentuaron los estragos.
Si la situación se adivina en islas tan bien arboladas originariamente como Tenerife y Gran Canaria, mucho más preocupante fue en aquéllas de cobertura vegetal más pobre, como Fuerteventura.
(...) Las grandes penurias motivadas por las grandes sequías de fines del siglo XIX y principios del XX significaron la desaparición de buena parte del palmeral, ya que se aprovechaba el tronco de la palmera, una vez descortezado y triturado, como alimento del ganado doméstico.
También parece que a principios del siglo, el matorral leñoso en tupidas formaciones, cubría amplias superficies de las que hoy ha desaparecido.
La necesidad de abastecer de combustible los numerosos hornos de cal que durante el primer tercio de siglo se explotaron en la isla, supuso la corta de toneladas de matorral que a lomos de camello se trasladaba a Puerto de Cabras.
Ese es, sin embargo, el final de un proceso, hoy a duras penas contenido con repoblación de pinares, que se desarrolla desde la conquista, agravado por unas circunstancias ambientales adversas.
Ya en el siglo XVII el Cabildo isleño manifiesta ocasionalmente su preocupación por salvaguardar la cobertura arbórea en extinción. En junio de 1615 acuerda "que ningún vecino ose cortar chaparros ni aceitunos ni ramaje sin licencia, ni tampoco tarajales" (...).
La deforestación de Fuerteventura está consumada y los procesos ya aludidos del siglo XIX no harán más que agravarla.
La referencia pormenorizada a esta degradación forestal está en proporción a su trascendencia cara a la economía y ecología de las islas.
La disminución de la masa arbórea tiene una repercusión inmediata en algo tan vital como las disponibilidades de agua, un elemento ya de por sí escaso en Canarias y de primordialísima importancia en la economía insular.
El sistema hidrográfico isleño está en directa relación con dos factores ya considerados, relieve y clima. (...).
Las infiltraciones de agua atmosférica son suficientes para originar corrientes subterráneas.
Modernamente las captaciones de agua mediante pozos y galerías (y más recientemente las potabilizadoras), paliaron en parte el problema del desabastecimiento.
Pero no es ese el caso del pastor primitivo sin recursos técnicos que le permitieran ningún tipo de explotación hidrológica basadas en perforaciones y alumbramientos artificiales, ni tampoco es un recurso siempre accesible por su coste y dificultad.
Como las islas carecen de cursos de aguas superficiales regulares y constantes, sólo los afloramientos y los cursos originados por las lluvias son determinantes en la fijación de la habitación humana y el régimen de pastoreo y trabajo agrícola.
Desde luego las modalidades de abastecimiento son radicalmente diferentes entre la población primitiva y la hispánica.
En el segundo caso los recursos técnicos facilitan un mejor aprovechamiento de las posibilidades existentes, mientras que el aborigen dependía, exclusivamente, de los nacientes y fuentes naturales y de los barrancos.
Pero el barranco sólo corre en época de lluvias intensas, perdiéndose en el mar la mayor parte de su caudal, y no puede, por tanto, tenerse como suministro permanente.
Su aprovechamiento primitivo se realizaría por medio de <eres>.
El ere es consecuencia de las avenidas intermitentes del barranco, al acumularse en los hoyos y marmitas naturales del lecho cierta cantidad de agua que se recubre con arena, preservándosela así de la evaporación.
Excavando en esta arena aflora el residual, que luego vuelve a taparse, utilizándose este depósito hasta su agotamiento. El procedimiento es muy similar a los güeltas de los wadis saharianos...
Pese a sus superiores medios técnicos, también la población posterior a la conquista hubo de enfrentarse a situaciones difíciles por la escasez o carencia de agua.
Los efectos de la sequía en las islas orientales, Lanzarote y Fuerteventura son catastróficos para hombres y ganados.
En Fuerteventura, entre 1650 y 1652 y entre 1721 y 1723 fueron pavorosos, sin que la situación pudiera combatirse más que con rogativas. Entre 1740 y 1775 se registran 17 años en los que no cae una gota. Por ello el Cabildo de aquella isla mostró siempre un celo particular en el cuidado de las fuentes (muchas simples manaderos de debilísimo caudal), encomendando regularmente y con todo rigor a cada núcleo de población la limpieza y arreglo de las más próximas.
Pero también islas bien abastecidas, como Tenerife, conocieron situaciones difíciles. En 1512, el personero de la isla deja constancia de que en la La Laguna 'los vecinos tienen más gastos en agua que en pan y carne', mientras que al año siguiente en unas capitulaciones presentadas a la Corona se especifica que por falta de agua en la villa 'muchas personas se han ido e van e otras dexan de venir a bevir a ella'. (...)
En Las Palmas, en 1533, fue precisa la intervención real para ordenar el aprovechamiento del escaso caudal del barranco, en cuyas márgenes había varios molinos de agua, cuyos propietarios se lo disputaban con terratenientes establecidos aguas arriba que 'por ser personas ricas y favorecidas toman de la dicha agua toda la parte que quieren', impidiendo en funcionamiento de los molinos. (CAST RO ALFIN, D. ob.cit. 22-27)
1 comentario:
La verdad es que lo de los ingenios azucareros fue una locura que arraso todos nuestros montes.
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